09 diciembre 2005

Desde el cielo de Google Earth

Desde el cielo de Google Earth sientes cómo con la punta de los dedos el planeta gira a la velocidad que decides, y que el vuelo inmersivo, la caída en picado a la Tierra, es una especie de videojuego irreal y al mismo tiempo tan físico que puedes sentirlo a través de los ojos. Por un momento intuyes cómo es que Dios y los astronautas nos saben minúsculos como bacterias ahí abajo en esa superficie esférica rodeada de un negro estrellado.

Pienso en cómo esas fotografías reconstruyen el mundo en que vivimos y cómo sin saberlo hemos sido retratados en nuestra casa grande, ahí en alguna parte, entre los píxeles que dibujan océanos y montañas.

Llevo días, semanas, haciendo girar el planeta, volando por los continentes, acercándome a las calles, a los puentes, ríos y desiertos, a todos los lugares a los que seguramente no conseguiré ir nunca en esta vida.

El pasado agosto, tras confirmar la reserva de los billetes que nos llevarían a Vietnam, llegué a casa deseando ver ese lugar desde el cielo irreal y familiarizarme con los paisajes, valles y ciudades. Escribí “Hanoi, Vietnam”, y “Lao Cai, Vietnam” y “Ho Chi Minh City, Vietnam”, y estuve soñando en ese viaje que tenía que hacerse realidad pocas semanas después. Sobrevolé cielos y observé ciudades, y pensé que ni siquiera los bombarderos norteamericanos tuvieron esa imagen hace treinta años mientras dejaban caer toneladas de bombas sobre los tejados y la selva.

La tecnología ha permitido que seamos testigos de imágenes que nunca hubiésemos soñado. El huracán Rita remata la faena del Katrina y yo vuelo desde casa con una taza de té en la mano a las costas norteamericanas para observar esas imágenes sin fecha donde aún las ciudades son ciudades y las carreteras no están hundidas en el fango. “New Orleans, USA”, “Galvestone, Texas, USA”,…

Me acerco más y más y descubro lo que no había sido capaz de ver aún, precisamente por su ausencia: no hay personas, o las personas son solamente líneas de sombra proyectada en el suelo.

Vuelvo a pensar en las Tecnologías de la Comunicación y de la Información, el gran avance en la historia de la comunicación humana que nos permite ser ubicuos en el tiempo y en el espacio, o al menos percibirlo muy fuertemente. Descubro que precisamente han conseguido el efecto contrario: aislarnos en la felicidad artificial de que todo está a nuestro alcance, a través de la pantalla de un ordenador que pesa menos de tres kilos: todo tan cerca y todo tan lejos.

12 horas de vuelo entre Frankfurt y Singapore me inmunizan para redescubrir el tiempo y el espacio: largas horas y un asiento en el avión que no deja apenas espacio para mis piernas.

Esto ya no es Google Earth. Unos días después caminamos por un valle de arrozales en alguna parte del norte de Vietnam, con los pies enfangados y apoyándonos dificultosamente en bastones de bambú que los niños de las tribus de las montañas nos han vendido.

Descubro que el barro es real, como la lluvia caliente y la sonrisa de las niñas Hmong en Sapa. Charlamos con ellas en un inglés básico, haciendo que parezca que nos conocemos mientras intentan vendernos sus telas de colores y abalorios. El verde de los arrozales es tan real que hiere, como las manos y los pies descalzos hundidos en los charcos de Jo y So, las niñas que nos acompañan en el descenso hacia el valle. Existe tanta familiaridad en este pequeño espacio de tiempo, que ya no consigo despegar su imagen de mi mente.


Regreso

La semana pasada volví a comprar en eBay, esta vez en una tienda de New York. Qué agradable sensación de control poder buscar las mejores ofertas, compararlas, decidir, pagar y poder hacer seguimiento de tu compra en los pocos días que tarda en llegar al destino. Cuando me llega el paquete a la oficina, un compañero de trabajo me pregunta si me fío de dar mi número de Visa por Internet. “Bueno, le digo, llevo años haciéndolo y nunca me ha pasado nada tomando unas pocas precauciones. Supongo que tú llevas tu dinero en una cartera o un monedero bien cerrado y en el bolsillo del pantalón o de la chaqueta, y cuidas de no dejarlo encima de la mesa de un bar o en el mostrador de una tienda. Eso es lo que intento hacer yo con mi tarjeta de plástico”. Y aprovecho para explicarle qué es PayPal.

Antes de que el producto llegue me escribo con el vendedor dos veces para hacer unas consultas. Me comunico con un tipo al que no conozco y que no sé dónde está exactamente, aunque todo me indica que está en la ciudad de New York. Curiosa sensación de comunicación sin espacio ni tiempo. Comunicarme con cualquiera, en cualquier parte y en cualquier momento, desde la soledad… enorme y familiar paradoja.

Esta misma tarde leo que el huracán Damrey ha dejado su huella de destrucción y muerte desde China pasando por el norte de Vietnam, donde estuvimos hace sólo unas pocas semanas. Vuelvo a volar con Google Earth buscando entre el paisaje que intento reconocer en las costas de Hai Phong. Recuerdo las islas de la Bahía de Ha Long bajo una fina y constante lluvia, en un ambiente monocromo de grises y verdes. Descubro que el recuerdo es más real que las perfectas fotografías del satélite.

La experiencia única y personal es finalmente la que nos modela como personas y define nuestras sensibilidades.

Conocer a Jo y So en las montañas de Sapa es lo que me hace sentir como mío el destino de las vidas de las etnias en las montañas del norte de Vietnam, tan lejos y tan dentro. Es lo que me hace sonreír cuando veo el anuncio en televisión de la semana de Oriente de El Corte Inglés, lo que me hace poner el vello de punta al oler los caramelos de coco comprados a los artesanos en el delta del río Mekong.

Hacer sentir que los productos, los servicios y las marcas son parte de nuestra experiencia vital individual es uno de los factores más potentes para permanecer en la mente del consumidor. Ser atendido de forma personalizada en un proceso de compra recrea una relación muchísimo más poderosa que la mejor de las recreaciones publicitarias. Si inviertes en relación, en contacto humano, en trato cálido en cualquiera de los momentos decisivos de la toma de decisión de compra, conseguirás fijarte positivamente en la mente de tu amigo cliente. Sencillamente porque a todos nos gusta sentirnos queridos y que las relaciones sean naturales.

Detrás de la compra hay personas que han pensado y trabajado para mí. Si logras que esa frase sea real para el consumidor, habrás conseguido pisar el barro real y oler la hierba mojada. Mientras no bajes al valle seguirás siendo un observador del fantástico espectáculo de girar el mundo a golpe de clic.

¡Te lo dice un fan de eBay!
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"Desde el cielo de Google Earth", Publicado originalmente en el número de Otoño 2005 de la newsletter "Día 1" de la agencia de Marketing Interactivo Barcelona Virtual.